Martín Kasañetz es escritor, tiene 32 años y varios premios en su haber. Ha publicado la novela Gallino (Fundación Victoria Ocampo, 2007); tiene dos libros inéditos, y es colaborador del suplemento Radar Libros del Diario Página/12.
- ¿Cómo nace una obra? Luisa Valenzuela dice que se deja llevar por la inspiración y luego trata de entender lo que hizo; Borges y Mujica Lainez tenían que tener un esquema mental lo más completo posible.
- Yo creo que el nacimiento de una obra es algo muy personal ya que roza la intimidad de la construcción que cada persona tiene; es algo que difícilmente sea igual en dos personas diferentes. En mi caso en particular, tengo una idea que casi siempre tiene que ver con los extremos narrativos: o el comienzo o el fin de una historia, y luego me planteo un esquema “vertebrado” que los conectan. Seguramente, luego, respete poco ese esquema y empiece a generar “situaciones no previstas” en medio, lo cual, en mi caso genera los puntos más creativos; y aun así, si no tengo ese esquema, no puedo “no” respetarlo. Digamos que necesito tener algo para luego no seguir puntualmente. Lo necesito aunque no lo respete, porque me da orden y un camino. Por eso digo que tiene que ver con la fibra íntima, y, por qué no, con las inseguridades personales incluidas.
- Y esa idea, ¿de dónde surge?
- Esa idea puede surgir de muchísimos lugares, uno es la realidad, pero no el único; están los sueños como gran generador de situaciones incomprensibles pero disparadoras; y también está, por supuesto, el inconsciente, que opera a través de lo que creemos que somos. Siempre consideré que un artista, cualquiera sea su aplicación en el arte, tiene como cualidad fundamental la observación, ya que es ese (y para mi no otro) el punto más sensible de su percepción. El artista ve lo que puede ser rutinario, lo que puede ser visto por otros miles de una manera distinta, y luego trabaja sobre eso. Claro, siempre hace falta el trabajo, ya que la percepción y la sensibilidad son solo el comienzo de algo que después te diría, se vuelve, hasta “mecánico”, con rutinas de escritura, problemáticas, etc.. Es parte de la construcción posterior de esa imagen inicial.
- Entonces uno tiene que encontrar lo que puede y debe decir, lo que sólo uno puede llegar a contar.
- Sí, y me gusta la palabra que usaste: “debe”, ya que muchas veces, en esa búsqueda, existe una necesidad personal. El autor, percibe esa visión/idea/etc y luego la procesa con sus ideas, sentimientos, falencias, etc., transformándola.
- Ahora, para procesar y transformar, el camino es "complicado": hay errores, barreras, etc.
- Sí, es algo complejo, ya que están las barreras exteriores como pueden ser falta de tiempo, las ocupaciones o, a veces, las limitaciones en conseguir información referida al tema; y también las barreras interiores, que tienen que ver con las propias limitaciones personales, con la tendencia a repetirse eternamente. Hay veces que uno nota, en novelas de un mismo autor, que aunque la historia sea diferente hay un mecanismo de escritura, lo que sería una “vuelta de tuerca”, que tiende a repetirse; y creo que esa es una de las situaciones que uno debe intentar evitar, pero que no es nada fácil, ya que existen ciertas seguridades que uno adquiere con el tiempo y con la técnica de la escritura y que hacen que uno se sienta “seguro”. Evitar esas seguridades genera cierto riesgo, y en ese riesgo está, en parte, la buena literatura. Creo que Saer era quién decía una frase parecida a “¿si no existe el riesgo para qué escribir?”.
- Vos me dijiste algo parecido, hace un tiempo.
- Sí, porque es algo que me interesa bastante, sobre todo ese riesgo de la escritura que valoro mucho porque es el límite entre la vanguardia y el ridículo; es una línea muy fina que te puede posicionar en un lado o en otro con una facilidad preocupante, como si fuese un todo o nada constante. Muchos escritores hoy conocidos empiezan un camino contrario a esto: quizá publican lo más “establecido” por el medio literario y luego, ya desde el reconocimiento, se dan estos “permisos” literarios de innovar, lo cual, quizá no comparto, pero sí entiendo ya que si no es muy difícil llegar a poder exponer la obra propia.
- Hay una frase que Jorge Torres Zavaleta suele usar a menudo, al hablar de la escritura: show, not tell. A la hora de escribir, ¿es necesario decir todo o es mejor jugar con el lector y darle determinados elementos para que él complete lo que falta?
- Yo considero fundamental para cualquier escritor ese punto ya que es sobre ese vacío de información en donde entra la participación del lector. Sin esa relación entre lo no dicho y lo interpretado no existe dialéctica. Esa es la manera de incluir al lector en el texto, porque si no pasa a ser un mero testigo, un presencial, generando quizá, su estado de “disponibilidad”. O sea, que esté o que no esté puede ser lo mismo; y el lector debe ser parte.
- ¿Cómo puede ser la pertenencia al texto?
- La pertenencia a un texto puede ser desde varios aspectos. Uno es la intriga, o sea: el lector quiere saber qué va a suceder; ésta es quizá la más clásica. Pero también puede existir una relación estética transmitida por el “supra-relato”. Creo que a todos nos sucedió alguna vez leer una obra y notar que, página a página, no hay algo destellante, pero que la historia, en su totalidad, es una gran idea, un todo que supera el detalle. En otros escritores sucede al revés: el texto, su temática, no es grandilocuente, parece que no sucede nada; pero puede existir una construcción preciosa de las frases, un nivel estético elevado.
- ¿Creés que esto depende del autor o del tema?
- Este “decir o no decir” puede considerarse como algo parecido a las “reglas básicas de la escritura”, lo cual no suma mucho porque no creo que exista algo así. Creo que hay un ejercicio personal que a costa de esfuerzo (y con esto digo escribir, escribir y escribir) forja una “manera” por así decirlo, un estilo.
- Seguramente, Horacio Quiroga nos saldría al cruce con su “decálogo del perfecto cuentista”.
- Sí, es posible. Pero Quiroga seguramente no escribió sus cuentos con trucos de otro Quiroga superior que se los dijo, sino que los generó. Por supuesto que uno toma de otros, eso sin dudas. Lo interesante es cuando lo tomado de otros y lo generado propio crean un estilo. Ahí es donde un escritor -quizá cualquier artista- genera algo diferente, algo nuevo. Y creo que es ahí a dónde se debería apuntar, aunque eso va contra el mercado literario, ¿no? Estas pueden ser las máximas de como no ser editado jamás, ya que si hay algo que los grandes editores parecen apreciar es, únicamente, lo que ya está súper comprobado por cientos de analistas de marketing.
- Respecto de las influencias, que acaban de deslizarse sin pedir permiso, ¿pueden ser beneficiosas o malas consejeras? Recuerdo que alguien me dijo que cuando los alumnos de un taller literario escriben “a la manera de...” o “siguiendo los pasos de...”, es lo primero que hay que borrarles de un plumazo.
- Bueno, yo creo que hay que leer a los grandes escritores, hay que tener una base de lo que se hizo, de lo que hicieron otros. Esta es quizá la mejor formación que una carrera como la de Letras o una formación independiente pueden dar. Pero es verdad que, luego, lo que uno apunta como escritor es a generar su propia voz, que seguramente va a estar influenciada, irremediablemente influenciada. Eso no quiere decir que se haga una copia de lo que hicieron otros ya que no tiene sentido hacerlo; pero sí creo que hay que saber lo que se hizo. No comparto la idea que escuché varias veces sobre “no quiero leer a ciertos autores para no ser influenciado”. No. Yo pienso que las lecturas son la formación de un escritor, son sus herramientas.
- Hay quienes ven como únicos ejemplos a los clásicos: Shakespeare, Lope, Borges; otros, más flexibles, aceptan cualquier escritor de calidad.
- Sí, es importante tener ciertas lecturas. Igualmente tampoco creo que para encontrar una obra interesante haya que retroceder uno o dos siglos. Yo me siento muy cómodo con mis contemporáneos. Hay obras monumentales que fueron escritas hace cincuenta o sesenta años, o diez, y las considero aportes importantes, te diría fundamentales, para la literatura que leemos hoy. Por ejemplo, hay una novela a la que siempre retorno, que se llama Zama de Di Benedetto, y está a la altura de los clásicos de la literatura española de principio de siglo pasado aunque es una obra relativamente reciente, de un argentino nacido en Mendoza. Lo mismo pasa en Uruguay, con Onetti, dueño de una obra monumental. Por eso siempre desconfío un poco de aquellos que solo recurren a dar un salto de doscientos años para establecer verdades literarias. Para mi, lo mejor es ir y venir, no solo de fechas, sino de continentes. Aquí, en América, y sobre todo en la lengua española, hubo y hay grandes obras que no pueden dejar de leerse.
- ¿Cuáles, por ejemplo?
- Bueno, dos son sin dudas las que comenté de Onetti y de Di Benedetto. Pero hay cantidades: Saer, Piglia, Puig, Conti, Arlt o Martín Kohan, Jarkowski y Pauls para ir a los contemporáneos. Hay obras destacables por encima de las demás que tienen claro reconocimiento en la literatura de hoy. La Argentina es un lugar que siempre estuvo presente, junto con otros países de América, en la literatura mundial. Creo que esto queda demostrado con las repercusiones que tuvo la Feria de Frankfurt, en donde estos y otros escritores se vieron reconocidos.
- Ya que nombrás la Feria de Frankfurt, pasemos a algo de ese estilo. Varias veces hemos conversado acerca del mercado editorial argentino. ¿Cuáles son las dificultades que debe afrontar alguien para acceder a una editorial?
- Mirá, es un tema recurrente entre colegas, inclusive en los que ya tienen una obra de años publicada, la dificultad de conseguir editor y la imposibilidad de publicar literatura argentina que no entre dentro de lo que se considera “comercial”. Hay un vacío respecto a ese nicho. No es que no se publique, pero tampoco se abre el abanico real de autores. Muchos coinciden en la imposibilidad que tienen de publicar sus obras fuera de lo que puede resultar de un concurso. Es realmente lamentable lo que sucede, sobre todo por lo que nos estamos perdiendo de leer. Pero creo que este “mal” no es algo particular de la literatura: hay una tendencia general que está enmarcada en lo que es vendible, como si el arte, en este caso la literatura, respondiese en calidad a ese aspecto. Sin embargo, uno sigue viendo reediciones de libros que fueron mil veces editados y que algunas editoriales publican debido a que es algo comprobado. Por suerte, no son todas las editoriales así, ya que algunas pocas siguen apostando a la literatura. Y también hay concursos serios, que le dan la posibilidad a autores nuevos de poder publicar sus obras.
Axel Díaz Maimone
(Fotografías: Col. A.D.M.)
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