Ella tiene los ojos azules, y la edad de los árboles. No sé si lee los periódicos, como antes.
Pero quisiera que leyera estas líneas en las que digo a Elsa Wiezell que desde pequeña, hallando yo un poemario suyo, Palabras para otro planeta, sentí que había encontrado un ser humano con quien comunicarme.
Y, por supuesto, no pudo ser.
Ella vivía, rodeada de su fama de poetisa consagrada en el exterior, en Asunción, la capital del Paraguay.
Y yo me pasaba las horas enterrada en la modorra de aquellas siestas calurosas de Villeta donde hasta los trinos de los pájaros traían un augurio de fuego escarlata.
Elsa tiene el oficio de escribir instalado en su personalidad como su segunda persona.
Y son sus poemas de tinte surrealista, muchas veces.
Escribir le nace fácilmente pues tiene alma de poetisa y condiciones humanas suficientes para amar a su prójimo y a seres de otro planeta.
Su poesía es la búsqueda —permanente— de la verdad que oscila según pasan los años y el dolor aprieta.
La verdad toma distintos colores y matices a través de sus versos que sobrevuelan la cotidianidad y se tienden luego sobre un lenguaje que suma y resuma inspiración.
Talentosa, la Wiezell también pinta.
En una ocasión, estando yo invitada a su casa para tomar un cóctel, ella me fue mostrando una infinita gama de cuadros de distintos tamaños donde los colores parecían salirse de los bordes y tocar los bordes de los otros. Me sentí invadida por ese flujo y reflujo de poesía que también era su pintura.
Pero aquí quisiera yo hablar de la poetisa que es.
Jamás vendió su verdad poética. Fue fiel al verso machacado por el dolor, por la ilusión del amor, por el paso del tiempo en completa soledad.
Publicó muchos poemarios.
Y en cada poemario entregó la esencia de su alma, que vendría a ser el pan con que alimentaba a soledades multiplicadas y a regocijos a veces místicos.
Debo decir que era alegre, pues se animaba fácilmente en las discusiones que solíamos mantener, en relación a la poesía y sus derivaciones, en el Taller de la Universidad Iberoamericana.
Ella traía la libertad, la anarquía, el entusiasmo, la duda, el elogio oportuno; traía, en fin, esa necesaria presencia optimista para que las reuniones sabatinas tuvieran inspiración, ánimo y sueños.
Le gustaba leer a los filósofos clásicos.
Conocía las dudas de Jean Paul Sartre.
Militaba en las hojas amarillas, en los crepúsculos de fuego, en el vuelo repentino de la gaviotas, en el reverdecer de los grandes árboles capitalinos.
PRODUCCIÓN POÉTICA DE ELSA WIEZELL
Elsa Wiezell (1926- ).
Y, por supuesto, no pudo ser.
Ella vivía, rodeada de su fama de poetisa consagrada en el exterior, en Asunción, la capital del Paraguay.
Y yo me pasaba las horas enterrada en la modorra de aquellas siestas calurosas de Villeta donde hasta los trinos de los pájaros traían un augurio de fuego escarlata.
Elsa tiene el oficio de escribir instalado en su personalidad como su segunda persona.
Y son sus poemas de tinte surrealista, muchas veces.
Escribir le nace fácilmente pues tiene alma de poetisa y condiciones humanas suficientes para amar a su prójimo y a seres de otro planeta.
Su poesía es la búsqueda —permanente— de la verdad que oscila según pasan los años y el dolor aprieta.
La verdad toma distintos colores y matices a través de sus versos que sobrevuelan la cotidianidad y se tienden luego sobre un lenguaje que suma y resuma inspiración.
Talentosa, la Wiezell también pinta.
En una ocasión, estando yo invitada a su casa para tomar un cóctel, ella me fue mostrando una infinita gama de cuadros de distintos tamaños donde los colores parecían salirse de los bordes y tocar los bordes de los otros. Me sentí invadida por ese flujo y reflujo de poesía que también era su pintura.
Pero aquí quisiera yo hablar de la poetisa que es.
Jamás vendió su verdad poética. Fue fiel al verso machacado por el dolor, por la ilusión del amor, por el paso del tiempo en completa soledad.
Publicó muchos poemarios.
Y en cada poemario entregó la esencia de su alma, que vendría a ser el pan con que alimentaba a soledades multiplicadas y a regocijos a veces místicos.
Debo decir que era alegre, pues se animaba fácilmente en las discusiones que solíamos mantener, en relación a la poesía y sus derivaciones, en el Taller de la Universidad Iberoamericana.
Ella traía la libertad, la anarquía, el entusiasmo, la duda, el elogio oportuno; traía, en fin, esa necesaria presencia optimista para que las reuniones sabatinas tuvieran inspiración, ánimo y sueños.
Le gustaba leer a los filósofos clásicos.
Conocía las dudas de Jean Paul Sartre.
Militaba en las hojas amarillas, en los crepúsculos de fuego, en el vuelo repentino de la gaviotas, en el reverdecer de los grandes árboles capitalinos.
PRODUCCIÓN POÉTICA DE ELSA WIEZELL
Elsa Wiezell (1926- ).
Poeta, pintora y docente universitaria paraguaya.
Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Asunción (1950) y catedrática de la Universidad de Columbia, actualmente se dedica también a la pintura y ha expuesto en galerías de arte y centros culturales diversos.
Prolífica poeta y participante activa del mundo artístico-cultural asunceno, Elsa Wiezell ha recibido numerosas distinciones de importancia, entre las que se cuentan el Premio García Lorca otorgado por Amigos del Arte, en 1967, una mención de honor de la Asociación de Escritores Guaraníes por su libro Puente sobre el Tapé Cué (1968) y el Premio Integración Regional, en 1992. De sus casi treinta poemarios publicados, hay que mencionar: Poemas de un mundo en brumas (1950), su primer libro de poemas; Barro de estrellas (1951), Órbita de visiones (1962), Tiempo de amor (1965), Mensajes para hombres nuevos (1966), Virazón (1972), La cosecha del viento norte (1974), Antología poética (1982), Poemas del aire profundo (1992), La tierra de los maizales (1993) y Los dos y el mar (1994), para dar sólo una docena de títulos representativos de sus más de cuatro décadas de labor poética ininterrumpida.
El mismo amor
El mismo amor
Amo
el poder de la soledad sin resplandores
y lo que crece y asciende en el deseo.
Amo
el sol que reconstruye la corteza,
el pulso y el aliento,
la vibración, la sange y el oxígeno.
Amo
la calle, el aire, el salvaje pensamiento
y la ordenación de las arrugas
con los conceptos oscuros que maduran
el poder de la soledad sin resplandores
y lo que crece y asciende en el deseo.
Amo
el sol que reconstruye la corteza,
el pulso y el aliento,
la vibración, la sange y el oxígeno.
Amo
la calle, el aire, el salvaje pensamiento
y la ordenación de las arrugas
con los conceptos oscuros que maduran
Amo
el mar ocre, negro o verde que sacude
que es piel desnuda y agria de la tierra.
Amo
el cada día de las cosas simples,
puerta y monólogo de la cal y el viento.
Amo
al hombre y su creación entera.
Amo
la fuerza de comprensión y la ternura
y a Dios hasta llorar
(que me golpea)
la libertad, el polvo y la madera.
En fin: amo la Vida.
Elsa Wiezell
el mar ocre, negro o verde que sacude
que es piel desnuda y agria de la tierra.
Amo
el cada día de las cosas simples,
puerta y monólogo de la cal y el viento.
Amo
al hombre y su creación entera.
Amo
la fuerza de comprensión y la ternura
y a Dios hasta llorar
(que me golpea)
la libertad, el polvo y la madera.
En fin: amo la Vida.
Elsa Wiezell
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Una nota de Delfina Acosta
14 de Noviembre de 2010
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